Aprovechando la visita a la XXII edición da Feira de Fungos e Cogomelos de As Pontes compramos un par de quilos de castañas en un puesto atendido por una señora la mar de simpática. Tenían una pinta exquisita, de modo que no nos pudimos resistir. Son grandes y de primera calidad.
Habíamos pensado en elaborarlas glaseadas y así lo hicimos. Todo iba bien hasta que, en un momento dado, nos despistamos por completo de lo que estábamos haciendo, –siempre se debe atender a lo que se cocina- de tal manera que el almíbar se nos convirtió en un caramelo con castañas hiperglaseadas. Como nunca se debe tirar lo que todavía sirve, pensamos en la posibilidad de aprovechar esta preparación para la elaboración de una tarta.
Dicho y hecho. Incorporamos agua al caramelo con castañas hasta que se derritió por completo y quedaron las castañas en un punto magnífico para ser consumidas.
El resto de la tarta es, básicamente, una crema de castañas cocidas con leche y azúcar. Nuestro padre, desde siempre, ha comido las castañas con leche caliente y en alguna ocasión las hemos probado. La combinación es muy atrayente al paladar, por tanto no existía ningún impedimento que nos llevase a abortar este miniproyecto.
Creemos que el resultado final es más que óptimo, incluso creemos que repetiremos la elaboración con más asiduidad. Aunque en próximas ocasiones debamos prestar mayor atención al glaseado.
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