Non
sé por que estraño motivo, la cultura inglesa y todo lo relacionado con ese
país británico, me queda un tanto lejano. No encuentro demasiados puntos de
conexión entre mi yo y el país de Mary Poppins.
Quizás
tenga algo que ver el hecho de haber elegido francés y no inglés en 6º de
E.G.B. Esta decisión te marca en parte para el resto de tu vida, con una forma
de entender el mundo casi antagónica con la idiosincrasia, gustos e ideales de
todo lo english.
Quizás
tengan la culpa las sandalias con calcetines que he visto en los pocos turistas
ingleses que por estas tierras se dejan ver, si es que alguna vez he visto
alguno, y si lo he visto, ya no me acuerdo, porque creo que jamás hablé con
alguno de ellos, aunque fuera por señas.
Puede
que los tocados que salen en la tele o los fraks-chaqués y sombreros con bombín
de Ascot, tejiesen en mi una sensación de sociedad acotada a los más comunes de
los mortales, como yo, que es como si a lo largo de toda la isla se levantase
un muro que mi ego jamás podría
traspasar. Y, a decir verdad, tampoco lo he intentado.
Ah,
sí!
Fue
el año en el que me matriculé en la escuela de idiomas para aprender inglés.
Pobre de mi, y de una señora sesentona que se sentaba tres filas más adelante.
Éramos los dos inocentes que vivíamos alejados de toda la incipiente
globalización idiomática, que en aquellos años se empezaba a vislumbrar. Mi
propósito y motivación eran eternas, pues aprender inglés suponía, no sólo el
acceso a una cultura concreta más, sino a LA GRAN CULTURA IDIOMÁTICA. Con esas
nuevas palabras aprendidas podría acceder a un mundo mágico de grandes
oportunidades, pues, como se decía por ahí, el inglés sería el idioma del
futuro sin el cual, un ser humano, no podría casi sobrevivir.
Pero
lo dejé al poco tiempo. Fue por falta de motivación en las clases. La profesora
no era muy buena. Eso de estar todo el rato completando frases me ponía de los
nervios. Los libros eran listados de oraciones numeradas con una raya en medio.
A veces la letra estaba tan comprimida que antes de empezar con las tareas me
deprimía y lo dejaba. Creo que en los
cuatro meses que estuve en aquellas clases, no pronuncié una sola oración
completa en inglés que no fuese “My house is red”, o algo parecido. Mis
compañeros, que ya lo habían estudiado en el colegio y parte de la educación
secundaria tampoco se defendían demasiado, porque cuando hablaban hacían pausas
eternas hasta pronunciar la siguiente palabra, que a veces incluso decían mal.
Os
juro que tengo amigos que han acabado todos los cursos posibles, y nunca les he
oído pronunciar un discurso en inglés. Ni siquiera una locución breve. Nada. Yo
creo que no saben hablar inglés, aunque puedan resolver mil y un ejercicios de
completa estas frases. Y si saben, lo ocultan.
Lo
poco que sé de esta lengua me ha venido dado por su música popera, punk, heavy
y de todos los estilos paridos entre las islas y los USA en la segunda mitad
del siglo XX. Mis clases han sido los U2, Los Smiths, Los Queen, Los Beatles y
centenares de grupos que he escuchado y escucho cada día y que intento traducir
para captar la idea general. Porque mi padre dice que no entiendo lo que
escucho en inglés y que por eso no me tiene que gustar. Vale, a veces no lo
entiendo, pero lo fonetizo a mi manera, como todo quisqui. ¿O no?
También
he ido a ver representada alguna que otra vez Hamlet, pero como era
príncipe de Dinamarca, pues tampoco me servía de mucho, la verdad, e incluso he
leído varias veces O incerto Señor Don Hamlet, príncipe de Dinamarca,
que además está escrita en gallego, con lo cual la relación de esta obra con
Inglaterra quedaba, una vez más, desdibujada.
Démosle
la vuelta a la tortilla entonces. ¿Qué pensará un inglés de un gallego? ¿Sabrán
dónde está Galicia algunos de ellos? ¿Sabrán lo que es un percebe? ¿Si se lo pongo delante le
hará ascos majaderos de metropolitano quisquilloso o lo aceptará con curiosidad
y agrado? Creo que no me caerá esa breva. ¿Y si le digo que lo que se come del
percebe es un pene, se volverá a su islita a contar que en Galicia comemos
penes de animales para celebrar eventos importantes?
A
pesar de todo, he visto estos días unos jardines ingleses en Internet la mar de
interesantes. Podría probar a cavar parte del terreno e intentar disponer de
forma más o menos ordenada y equilibrada todo tipo de flores silvestres que
encuentre por la zona, además de camelias, porque el clima en el que vivimos
los ingleses y los gallegos coincide básicamente. La campiña inglesa siempre me
ha parecido maravillosa, aunque sólo la conozca por los programas de cocina de
Jamie Oliver y algún que otro programilla del canal VIAJAR.
Por
eso la ceremonia inaugural de Los Juegos Olímpicos de Londres, que al inicio
del evento recreaba ambientes rurales ingleses, además de la música propuesta,
me ha parecido un punto de inflexión importante que quizás, solamente quizás,
pueda crearme apetencia de viajar a ese país del norte y apartar de mi mente
ciertos tópicos y perjuicios adquiridos.
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