Cuando los chipirones son frescos y casi recién pescados, lo
más sabroso es cocinarlos sin manipulación alguna. Tal cual nos llegan de la
mar, se untan levemente en un poco de harina y se fríen con aceite en una sartén,
no demasiado tiempo, y siempre dependiendo del tamaño del animal. De este modo,
al presentarlos en la fuente y al comérnoslos, observaremos como sueltan una
salsa negra, que es su propia tinta y que nos dejará la boca y la lengua del
mismo color. La explosión de sabor, evidentemente, es el gran festín. El cartílago
lo retiraremos a medida que vamos comiendo.
A alguna gente le da asco no limpiar por dentro los
chipirones o los calamares pequeños, por perjuicios costumbres culturales, pero
cuando los prueban de este modo, les encantan.
Otra gran opción –cuando
ya están limpios- es pochar un poco de cebolla en julilana para hacerles una
cama. Posteriormente, los pasamos en una plancha bien caliente y los colocamos
encima. Un poco de queso rallado… para variar, les da un toque diferente y más
elaborado, aunque esta vez se lo agregamos en finas lascas.
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